lunes, 18 de diciembre de 2017

EN META ERRADICAN LA COCA PARA SEMBRAR PAZ

Estas son las tres hectáreas de Jhenner Barbosa, ya se ve el
 avance en la erradicación de la coca y próximamente se verán
 los retoños del aguacate que reemplazará los cultivos ilícitos.
En Meta avanza la sustitución voluntaria de cultivos de uso ilícito, los campesinos ya están arrancando las matas de coca para cultivar otros productos. Esta vez van a vivir de la legalidad.
El olor a cítrico de inmediato me produce saliva en la boca. El sabor es dulce con toques ácidos. La cáscara se desprende con facilidad y una que otra semilla sale al morder. Son las mandarinas más deliciosas que he comido. Debajo del árbol del que nacieron hay por lo menos 50 de ellas pudriéndose, aunque Jhenner Barbosa asegura que están alimentando las aves.
—Cogerlas para venderlas no justifica, es mucho el trabajo para que al fin solo le den a uno 2.000 pesos por una carga (60 kilos). Es mejor dar de comer a los pájaros— afirma.
Esa es la realidad que viven los campesinos con los que hablo en la zona rural de Uribe, en Meta. Dicen que las vías se demoraron mucho para llegar y por eso dedicaron sus días a cultivar hoja de coca. Era imposible, entonces, sacar cualquier producto hasta el pueblo y peor aún hasta Villavicencio, capital del departamento.
Además, corrían rumores de que el único negocio que las Farc dejaban mover por esas tierras era la coca, así que durante las últimas décadas, por donde se mirara, había hectáreas y hectáreas de matas verdes que llegaban a la cintura de quienes las raspaban para fabricar la pasta de coca que, fronteras afuera, multiplica su valor.
Para llegar al producto final se necesitan dos o tres meses de cuidado del sembrado, que para el caso de Barbosa son tres hectáreas. Cuando las hojas están listas se raspan. Por cada arroba de hoja de coca el dueño de la finca paga a los raspachines 6.000 pesos, de ese terreno salen entre 400 y 450 arrobas; es decir, los recolectores se quedaban con algo más de 2 millones y medio en cada cosecha.
Después la hoja es sometida a un proceso químico con ACPM, gasolina y otros productos como la acetona. El combustible para convertir esas hojas en pasta de coca cuesta un poco más de 5 millones de pesos.
Al final, Barbosa obtiene 4,5 kilos de pasta que logra vender en 9 millones de pesos. Pesos más, pesos menos, le quedan 1,3 millones. Eso sin contar que tuvo que alimentar a los recolectores.
—El negocio para el campesino no es bueno, pero durante 12 años comí de la coca, eso me dio el sustento a mí y a mi familia— me dice Barbosa a quien se le nota nostálgico mientras arranca las matas de las que vivió por tanto tiempo.
—¿Le da tristeza?— le pregunto.
—La verdad es que no puedo negar que tengo mucho que agradecer a la coca.
Así sustituyen
Primero suena el quejido del campesino que con impulso tira el pico contra la tierra, después llega el golpe en el suelo y el crujido de las raíces al desprenderse. Así, una a una, saca las matas que fueron su sustento, sin mayores garantías, esperando, eso sí, que se cumpla lo que denominan, tal vez de forma rimbombante para él, “programa de sustitución de cultivos”.
Algunos rasparon las hojas antes de arrancar las matas para sacar las últimas libras de pasta de coca; otros, como Barbosa, tiran al piso las matas con hojas fosforescentes que anunciaban la cosecha: un producto de “calidad”.
Lo hace por convicción. Con el tiempo, se fue dando cuenta del mal que producía en otras personas el trabajo de sus manos y de cómo con los recursos que quedaban al negociar con la coca se desangraba el país. También porque su hija, de solo cinco años, está creciendo y no quiere para ella un mal ejemplo.


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